El auge del teletrabajo es innegable. Cada vez son más las empresas que ofrecen a sus empleados la posibilidad de tener un trabajo desde casa; y cada vez son más los empleados que deciden acogerse a esta modalidad laboral para poder conciliar la vida profesional y personal, reducir su estrés, evitar atascos o conseguir una mayor flexibilidad de la jornada de trabajo.
Y, aunque en un principio fueron los países anglosajones los que tomaron la iniciativa, actualmente el teletrabajo es una práctica habitual en cualquier parte del mundo. “Solo en EEUU, más del 25% de población utiliza el teletrabajo como la única forma de trabajar”, asegura Nuria Chinchilla, profesora del IESE Business School en España. En Europa la cifra es menor. Según una encuesta, el 35% de 8.000 europeos consultados realiza el trabajo desde casa, un porcentaje que entre los encuestados en España se reduce a un 26%. De acuerdo con este mismo sondeo, España está entre los países europeos con menos teletrabajadores, sólo por encima de italianos, con un 19%, y de los franceses, donde el 20% tiene un trabajo por internet.
Combinar teletrabajo y presencia física
Mucho se ha hablado de las bondades del teletrabajo tanto para el empleado como para el empleador. Esta forma de trabajo ha permitido a los trabajadores, además, evitar las barreras geográficas o de horario que la obligación de asistir a la oficina les imponía. También ha logrado que las empresas sorteen las barreras físicas, aumenten las posibilidades de contratación, incrementen la productividad y reduzcan sus costes.
Aunque como no es oro todo lo que reluce, el teletrabajo ha sacado a la luz algunas carencias. Entre ellas, cabe destacar los grandes desembolsos iniciales que tienen que realizar las empresas para los equipos que necesita el teletrabajador, la inseguridad de las comunicaciones con el empleado y la dificultad de controlar y supervisar su trabajo. El empleado tiene, además, que tener cuidado para no convertirse en un adicto al trabajo y el teletrabajo se convierta en un sinónimo de asilamiento social.
Pero hay empresas que no están adaptadas a esta nueva realidad. Lo que hay que hacer, es un cambio cultural de pasar de evaluar la presencia a evaluar los resultados. Para eso hace falta formación de los mandos intermedios, sobre todo, porque son los que están valorando al personal que tiene que subir.
Pero, además de insistir en la formación, también sería recomendable colocar al frente de los departamentos de las empresas a personas convencidas de esta nueva estrategia de trabajo y de que el trabajo desde casa funciona como opción laboral.
El gran problema del teletrabajador, es que muchas veces no está siendo dirigido por nadie, es muy autónomo y tiene que serlo, pero hay que ayudarlo a formarse como autónomo para que gestione bien su tiempo y su agenda, y a la vez se gestione bien la relación entre jefe y empleado para que los dos puedan hacer seguimiento de su trabajo. Porque se puede caer en dos hábitos malos, por exceso y por defecto. Por exceso, volverse adicto al trabajo, y estar enganchado a Internet, por ejemplo, no ayuda a hacer bien las cosas. Por defecto, sería aquella persona que no es capaz de gestionar el tiempo y no es capaz de sacar el trabajo adelante.
Es fundamental, por otra parte, que cuando el teletrabajador acuda a las reuniones de control y seguimiento en la oficina, se hagan de la manera más profesional posible y aprovechando al máximo el tiempo.
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